En
los años 60 el psicólogo Robert Rosenthal y la directora de un colegio de
primaria de San Francisco, Leonore Jacobson llevaron a cabo un experimento con
320 alumnos al que llamaron “El experimento Pigmalion”
Consistió
en hacer test de inteligencia a dichos
alumnos, los cuales tuvieron resultados muy parejos y todos dentro de la
normalidad marcada por los patrones de inteligencia. Manipularon el resultado
de algunos alumnos elegidos al azar mejorándolos de forma notable para que
parecieran estudiantes brillantes. Esto manipuló no solo la forma de verse así
mismo los alumnos también la forma de la que lo veían sus profesores, de tal
modo que cuando alguno de ellos no acertaba los profesores, viéndolos ahora de
otro modo se culpaban de no haber explicado lo suficientemente bien el tema, a
diferencia del resto de alumnos que no habían entendido simplemente porque no
eran brillantes.
Las
calificaciones de estos alumnos mejoraron notablemente tras manipular los
resultados de inteligencia y al realizar un nuevo test a final del curso a estos mismos estudiantes, éste se vio alterado dando resultados más elevados, algo que no es habitual ni
mucho menos en este tipo de test. Todo se debía a la manipulación de las
expectativas propias y a las expectativas que otros tienen sobre nosotros.
El
efecto Pigmalión es el antítesis del
llamado efecto Golem, en el cual la autoestima disminuye e incluso desaparece.
Ovidio
en su “Metamorfosis” recrea el mito de Pigmalión, un apasionado escultor que
vivió en la isla de Creta, esculpió una estatua inspirada en Galatea, una
estatua tan bella que Pigmalión se enamoró perdidamente de aquella figura
esculpida en marfil. Y entonces la diosa Venus se apiadó del artista y dotó de
vida a la estatua para que ambos pudieran convertirse en amantes, algo que
sucedió gracias al enorme deseo del escultor.