El
31 de diciembre de 1878, en Salto (Uruguay), nacía Horacio Quiroga, por lo que
sus padres decidieron ponerle de segundo nombre Silvestre y este detalle al
azar sin importancia de nacer el último
día del año es muy significativo ya que durante la misma siempre se sintió en
ese lugar. Dos meses después de su nacimiento muere su padre en un accidente de
caza.
Tenía
11 años cuando su madre contrajo matrimonio en segundas nupcias, algo que
nuestro querido Horacio, devorado de lleno por la adolescencia no llevó bien,
hasta ese momento había sido mimado y sobreprotegido. A pesar de ello, su
padrastro fue ejemplar durante los próximos cuatro años logrando hacerse con el
respeto y cariño de Horacio, pero quedó inmovilizado presa de una gran
depresión que se lo estaba comiendo en su interior hasta que la vida se le hizo
demasiado amarga y dolorosa como para que siguiera valiendo la pena y se
descerrajó un disparo en la cabeza sin reparar en que el joven Horacio lo
presenciaba todo desde el umbral de la puerta.
Decidido
a dedicarse a la literatura creó una revista llamada “Revista del salto” a los
20 años se enamoró de María Esther y quiere casarse a toda prisa, boda que fue frustrada
por su madre al enterarse que la futura suegra de su hijo era una arpía que ya
había desplumado a varios hombres y a partir de entonces todos sus amores llevarían
el nombre de María ¿casualidad? Poco después se marchó a París con una herencia
y se dice que allí conoció a Rubén Darío en un oscuro café, pero en la ciudad
de la bohemia las cosas le salieron mal, lapidó toda la herencia e incluso
llegó a vivir de la caridad hasta que al fin logró volver a Uruguay. Se
encaminó hacia Montevideo y fundó el “Consistorio de Gay Saber” con jóvenes de
los que ebullía talento y pasión literaria.
Federico,
su gran amigo fue retado a un duelo y mientras Horacio le enseñaba el manejo
del arma ésta se disparó por accidente arrancando así la vida del joven.
Deprimido y angustiado viajó hasta Buenos Aires donde se hospedó en casa de una
hermana suya. Leopoldo Lugones, su gran amigo, lo arrastró hasta la selva en un
desesperado intento de sacarlo de su depresión, lo llevó hasta allí en calidad
de fotógrafo y volvió prendado de aquel infierno verde y dispuesto a volver. En
el Chaco echó a andar una plantación de algodón y publicó en alguna revista
literaria hasta 1906 que volvió a Buenos Aires como profesor de literatura.
Se
enamoró de Ana María Cires, una alumna adolescente con la que huye lejos de la oposición
de los padres de ella. Se trasladan a la selva donde Horacio construye sus
propios muebles, sembró la tierra y estuvo en su salsa. También hubo hijos;
Eglé y Darío, los cuales fueron educados en la selva por su padre que los
acostumbró a sobrevivir en el monte, a montar en canoa, sentarse en acantilados
con los pies colgando, la niña aprendió a domar animales salvajes y el chico a
usar la escopeta, manejar motos o navegar solo frente a la desesperación de la
madre de los niños y la relación se fue desgastando por las fuertes peleas
conyugales avivadas por la suegra, entonces Ana María se suicida ingiriendo el
sublimado de un revelado fotográfico para fallecer tras 8 días de terrible
sufrimiento sumiendo a Horacio en una depresión aun más profunda y a esto su
suegra se queda con sus hijos, que se los lleva de vuelta a Buenos Aires.
Horacio
vuelve a Buenos Aires y se vuelca en la educación de sus hijos, con los que
vive en un húmedo sótano de la avenida Canning para años después enamorarse de
la amiga de su hija cuando esta ya es adolescente. Se vuelve a fugar a la selva
con María Elena, de nuevo otra María, pero esta lo abandona y es al volver a
Buenos Aires cuando Horacio, considerado “un gafe”, solo y arruinado se suicida
con cianuro. Dejó obras tan notables como “Arrecifes de coral” “Cuentos de la
selva” o “Cuentos de amor, locura y de muerte”
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