
«Me intrigaba por su gran reputación de mujer inteligente y
audaz. Por ese tiempo, una terrible hambruna había devastado China y me
contaron que cuando ella escuchó la noticia, lloró. Estas lágrimas motivaron mi
respeto, mucho más que sus dotes como filósofa. Envidiaba un corazón capaz de
latir a través del universo entero». Dijo Simone de Beauvoir en uno de sus
textos biográficos. Albert Camus dijo que era el único gran espíritu de su
tiempo, y con estas referencias podemos hacernos una idea del gran corazón y
bondad de nuestro personaje de hoy.
Criada en el seno de una familia judía, intelectual y laica
hija de un médico reputado y hermana pequeña de un gran matemático ella optó
por estudiar filosofía y literatura clásica, accediendo a la Escuela Normal
Superior solo con diecinueve años y la nota más alta de toda la promoción
seguida de Simone de Beauvoir y salió con veintidós para comenzar su carrera
como docente a través de varios Liceos, en los que siempre tuvo problemas con
la dirección por sus métodos docentes y su posicionamiento sin ocultarse con
los desfavorecidos y las huelgas obreras. Huyó de Paris y trabajó en una planta
de Renault, diría que llevaba la marca del esclavo y años después en su época
en Marsella trabajó como trabajadora rural.
Era pacifista, anarquista, discutía al marxismo, anti
estalinista, discutió con Trosky sobre la situación de Rusia, escribió en la
revista La escuela Emancipada y participó en el círculo comunista democrático
con Boris Souvarine. Fue periodista en Barcelona y durante la guerra civil
española fue voluntaria en la columna Durruti entrando en batalla en el frente
de Aragón.
Al llegar la segunda guerra mundial su familia huye a Estados
Unidos, en 1942 los visita, pero su estancia fue corta, partió de nuevo ahora a
Inglaterra para unirse a la resistencia y comenzar a trabajar como redactora
para la Francia Libre del general De Gaulle Y además conoció el cristianismo
como una epifanía, siempre critica con la burocracia cristiana y con la iglesia
pero conectó de un modo espiritual, de un modo heterodoxo en el que no le
interesa mínimamente las tradiciones cristianas.
En 1943 es diagnosticada de tuberculosis y moriría tras
internar en un sanatorio de Ashford, siendo bautizada en la fe cristiana antes
de morir. No publicó nada en vida, todas sus obras fueron editadas por sus
amigos tras su muerte. Como filosofa anarquista estaba en contra del sufragio
universal, una forma de disfrazarse de democracia apartando a los ciudadanos de
la participación y verdadera democracia. En estos tiempos en los que se piensa
que la democracia consiste en ir cada cuatro años a una urna y votar a un
gobernante me hace recordar esta reflexión “Si votar sirviera de algo lo
tendríamos prohibido” una lectura para quien la desconozca y una relectura para
quien si la conocía, una filosofa apartada y bastante olvidada, tapada por las
sombras de sus coetáneos Beauvoir, Sartre, Camu o Focault, pero Weil también
fue una filosofa brillante de la Francia del siglo XX.
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