Ernest Miller Hemingway
nace en Oak Park en 1899, para ser concretos el 21 de Julio, su padre era
médico y su madre música y aunque el nombre de Ernest se lo pusieron por su
abuelo materno él lo odiaba porque le recordaba al personaje creado por Óscar
Wilde en la obra “La importancia de llamarse Ernesto” Su madre le enseñó música
pero eso no le interesaba en absoluto, los deportes sin embargo se le dieron
bien; atletismo, boxeo, waterpolo o fútbol americano. Y luego fue una de las
figuras más importantes de la generación perdida, tuvo una azarosa vida, viajó,
conoció a los escritores más importantes de su generación y estuvo en varias
guerras hasta que en 1961 se levantó de la mesa, se asomó a la cocina y le dijo
a su pareja “Hasta mañana gatita” y unos minutos después se oyó un tiro, en la
habitación donde guardaba las armas estaba su cuerpo sin vida junto a una de
sus escopetas, un tiro en la boca acabó con el premio nobel en su casa de
Ketchum.
Ya se había iniciado en
el periodismo cuando se alistó voluntario como conductor de ambulancias de la
Cruz Roja para ir a la I guerra mundial, pero fue herido de gravedad y
condecorado en la campaña de Italia y fue devuelto a Estados Unidos, allí
siguió en el periodismo y se trasladó a París; Pound, Picasso, Joyce o Gertrude
Stein entre otros figuraban en su lista de amistades, sin olvidar por supuesto
a quién fue su mejor amigo Francis Scott Fitzgerald. Estuvo también en la
guerra civil española acompañado del escritor John Dos Passos y luego en la II
guerra mundial como corresponsal en ambas.
De aquellos días de
conflictos nacieron títulos como “Adiós a las armas” inspirada en sus vivencias
como conductor de ambulancias en la I guerra mundial y “Por quién doblan las
campanas” donde al protagonista “El Inglés” le es asignada la misión de volar
un puente, inspirada en sus vivencias en España.
Hemingway declaraba que
su literatura era como un iceberg, donde solo se ve la superficie pero hay todo un
mundo en su interior, oculto a simple vista, confesaba que aquella forma de
escribir la había adquirido por sus días de corresponsal donde estaba obligado
a escribir frases cortas y duras por estar limitado a un número concreto de
palabras.
Sus novelas sean tal
vez más populares que sus cuentos aunque estas son estilísticamente menos
valiosas, ya que los relatos al ser más cortos suelen tener más brillantez; Los
asesinos, Las nieves del Kilimanjaro, Colinas como elefantes blancos o Un gato
bajo la lluvia entre otros muchos lo confirman y es en el ocaso de su vida
cuando una novela corta “El viejo y el mar” alcance quizá la cima de la
sensibilidad aun sin caer en sensiblerías ni tópicos de ninguna clase.
Hemingway tuvo también
una agitada vida amorosa, se casó varias veces, tuvo hijos… y como es de
imaginar un tipo que asiste a varias guerras es un tipo que pierde algo de
corazón en el camino. Tras su muerte, un suicido al que lo llevó una gran
depresión y unos grandes problemas de alcoholismo su esposa dijo “Ernest ha
muerto de un cáncer en el alma” acertada expresión para alguien que ha visto
tanta metralla y tanta sangre. Claro que también hubo felicidad, en Cuba, donde
vivió al final, hasta poco antes de volver a Estados Unidos, allí parece que
mantuvo una cierta amistad con Fidel Castro, que era 30 años más joven y con
quien le gustaba hablar de pesca y la batalla de Majadahonda, pero de esto se
sabe poco y se escribe mucho. Cierto es que vivía en una casa amplia llena de
gatos, escribía, bebía y pescaba y parecía feliz.
A pesar de todo, Ernest
Hemingway, que tiene tantos detractores como admiradores es alguien que no solo
escribió y lo hizo bien además dejó una escuela literaria de la que bebieron
Bukowski, Carver y por supuesto un servidor, ya que siempre confieso
abiertamente mi admiración hacía su obra y con orgullo lo tomo como uno de mis
maestros.
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